No es novedad: ya desde la antigüedad se sabía que la literatura tiene efectos terapéuticos. No en vano, la mítica librería de Tebas decía que este era “un lugar de sanación para el alma”.
Tiempo después, en el siglo XIX, Freud comenzó a usar literatura durante sus sesiones. La primera vez que se habló de “biblioterapia” (como su nombre lo indica, es una terapia a través de los libros y la lectura) fue en 1916, en un artículo en The Atlantic Monthly, donde su autor narraba que había descubierto un instituto de biblioterapia en el sótano de una iglesia.
Luego de la Primera Guerra Mundial, a muchos combatientes se les recetaba un curso de lectura al regresar a casa, y a estos mismos fines, las novelas de Jane Austen circulaban por el Reino Unido.
Pero más allá de estar al tanto de estos datos o no, todo buen lector ha acudido a las letras en distintos momentos desafiantes de la vida, de modo intuitivo y espontáneo: para tener compañía, o como bálsamo para transitar algún duelo o dolor. Esta práctica a la que lectores y profesionales acuden desde hace siglos encuentra en la ciencia su razón de ser.
La revista Science demostró en 2013 que leer ficción fomenta la empatía. Además, los efectos de la lectura generan el mismo placer que meditar y brindan los mismos beneficios que la relajación y la calma. Es decir, la biblioterapia es efectiva para tratar distintos síntomas, por ejemplo de depresión, no solo en niños sino en adultos.
Se cree que quienes leen habitualmente duermen mejor, muestran menores niveles de estrés y una mayor autoestima.
Actualmente, la biblioterapia está más en boga que nunca, y presenta distintas formas: se ofrecen cursos de literatura para presos, por ejemplo, o círculos de lectura para gente mayor con demencia. En muchos casos, el objetivo es enseñar, a través de la lectura, estrategias para controlar emociones negativas, y guiar al lector para que haga cambios respecto a potenciales amenazas de pensamientos y comportamientos.
A los pacientes diagnosticados con cáncer, por ejemplo, se los anima a leer para que alivien ansiedad y estrés, no solo mientras esperan resultados sino durante el tratamiento, o cuando aparece el temor de que reaparezca la enfermedad.

En cuanto a los chicos, se considera que la literatura mejora su autoestima y aceptación de la realidad. Promueve el bienestar psicológico y además, mejora su comunicación con el profesional de la salud. Durante sesiones de lectura a chicos hospitalizados, estos han presentado mejoras en sus reacciones; se muestran más atentos, alegres, participativos y entusiastas.
Una ventaja es que echar mano de la lectura es accesible para todos, y de bajo o nulo costo. Otra aclaración importante es que antes los libros que se recetaban correspondían principalmente al género de autoayuda. Hoy, en cambio, se insiste en que la ficción es la de mejores efectos terapéuticos, porque brinda a los lectores una experiencia transformadora.