Ya los griegos lo sabían: la música eleva el espíritu. Pitágoras fue de los primeros en constatar que la armonía musical calma a las personas y cura dolencias del cuerpo, alma y espíritu.
Platón y Aristóteles también declararon que la música incide en el alma y tiene efectos catárquicos. Y en tiempos contemporáneos también celebramos el nexo con nuestras emociones.
El “efecto Mozart”, por ejemplo, propone desde los años 90 que escuchar la sonata K 448 del artista repercute positivamente en niños y adultos. Pero hoy se sabe que ni siquiera hace falta escuchar a esta sonata en concreto, a Mozart o demás artistas clásicos, sino que cualquier tipo de música que sea del propio agrado cuenta con efectos beneficiosos a nivel cardíaco y neurológico. De esta forma, nace también la musicoterapia, que celebra a este arte como modo de tratar las emociones, la comunicación, el aprendizaje y más.

Para los amantes del canto, también hay buenas noticias: se ha confirmado que cantar genera bienestar, ayuda a evitar la depresión y reducir el estrés.
Diversos estudios científicos avalan estas teorías y hasta llegan más lejos: afirman que durante el embarazo, la música reduce la ansiedad de la madre. El bebe también se beneficia de sus efectos y escucharla durante el trabajo de parto favorece a que este se desenvuelva de modo más rápido y mejor.
¿O pensabas que era casualidad que en el consultorio de tu dentista suene música de fondo?
Subí el volumen, entonces. Que te hace bien al alma.